Hay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico, dijo, un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata, dijo, como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia
Ricardo PigliaHay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico, dijo, un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata, dijo, como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia
Hay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico, dijo, un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata, dijo, como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia
Hay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico, dijo, un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata, dijo, como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia